Es paradójico, y necesario poner en agenda la inteligencia espiritual en diálogo con la inteligencia artificial. Una convivencia ejemplificadora y pacífica en la era de las máquinas.
Las neurociencias pusieron en valor la importancia del entendimiento y la gestión de las emociones en todos los ámbitos de la vida. Para una vida feliz, es necesario conocernos y gestionar adecuadamente nuestras emociones. Pareciera ser una fórmula sencilla en el camino de la felicidad. Poner en práctica hábitos y entrenar pensamientos positivos para cambiar una realidad percibida como inhóspita. A través de un método, en este siglo, suena posible.
Lo que también resulta posible es entrenarnos para ser personas espiritualmente inteligentes, permitiéndonos el ejercicio de la libertad para crear un mundo interior que permita alejarnos un poco de la vida instintiva y acercarnos a una más contemplativa. En lo artificialmente inteligente no hay reflexión ni empatía que valga. La espiritualidad es propia de las personas, establece las conexiones emocionales y relaciones profundas que encierra una mirada holística del universo. Muchas veces, no basta saber, sino que es necesario, sentir, creer, y crear porque en ello, confluye el entendimiento espiritual.